viernes, 6 de noviembre de 2009

Parece increíble.
De verdad, la palabra es increíble.
Increíble cuando ves delante de ti los trenes pasando a toda velocidad, donde viajan tus ideas, tu tiempo, tus historias... Tu historia.
Cuando miras a los ojos a los mismos de ayer, y ves que existen nuevos colores en sus pupílas y tu sin darte cuenta. El tiempo corre, desesperado, como si alguien lo estubiese siguiendo. Y ese alguien es cada uno de nosotros que, inútilmente, nos intentamos anteponer a todo lo que no podemos alcanzar. Intentamos llevar la situación bajo control, creyendo que al fin la victoria será nuestra.
Como nos equivocamos. Hasta nuestro propio yo es tan escurridizo, que es complicado alcanzarlo. Pero aún y así, somos tan tercos que lo seguimos intentando día tras día. Porque de hecho, ese es nuestro día a día. Perseguir, anteponerse a todo, controlarlo...
¿El que?
¿Que se supone que disfrutamos? ¿Que es eso tan importanto que intentamos alcanzar? ¿Sobre que intentamos no perder el control? ¿El tiempo? ¿La vida? ¿Nuestra existéncia y la de todos los que nos rodean?
Yo creo que más que todo eso, esta el alma. El alma que nos impulsa a perseguir, a equivocarnos, a contemplar y ser contemplados, a intentar controlar, al fracaso seguro, a la recuperación final...
El humo de nuestros trenes se desvanecerá con el tiempo, sin tener tiempo de guardarlo en cajas de cristal, ni el olor perdudará en nuestros pulmones, ni tan siquiera su recuerdo permanecerá para siempre...
Entonces, ¿Que queda? ¿Luchar? ¿Rendirse? ¿De que sirve?
¿Que queda? Sentir.
¿Que persigo? Mi propio yo.



Y vosotros, ¿Que persiguis?



Lidia V.

6/11/09