jueves, 27 de agosto de 2009


Supongo que con el tiempo que lleva el sol metiéndose dentro de mis noches y no dejándome dormir con esos dichosos rayos, que lo único que hacen es tocarme la moral, debería proponerme ya cambiar de lado de mi alma. Que este ya esta muy desgastado de tanto darme vueltas...

También supongo que no puedo evitar que pasen cosas, que en la vida no todos los caminos sean rectos ni que algunos de los amores que he encontrado naufragen entre mares de olvido.

Tampoco creo que sea tan grave tener problemas. Al fin y al cabo son aquellos que te hacen valorar los buenos momentos, los verdaderos amigos y lo más bonito del día. Sino, ¿Que sería de nosotros sin saber valorar todo lo que la vida nos da?

Que tampoco creo que sea muy malo que los amigos y los amores se vayan renovando sin un porqué claro, a pesar de que entregues todo lo que eres por disfrutarlos un segundo más...

Que ante la adversidad que nos plantea la vida cada día, nos haga ver lo dura y maravillosa sin tener en cuenta emociones, estaciones o caricias.
Que a pesar de que las cosas se puedan torcer, hay siempre una canción o un pequeño resquicio de luz ( que se cuela a traición el muy osado), que hace que un instante de calma abarqué hasta el corazón mas arrugado y difícil de ablandar.

Hagamos que parezca un accidente todos aquellos momentos en que nos sentimos hundidos, despreciados o con frío en el alma.
Que nadie ni nada nos nuble los días , minutos o instantes que nos quedan por aprovechar. Da igual como ni con quien. Que no tengamos motivos para reírnos o saludar con nuestra mejor sonrisa a aquel desconocido que siempre nos cruzamos.

Que no... Que seguro que no es tan malo ni las lágrimas, ni lo perdido ni tan siquiera lo que nos queda por perder. Que todo lo bueno nos será recompensado, y también todo lo malo.
Casualidad, destino, suerte... Cada uno lo llama como quiere. Yo me quedo con el quizá.



No, supongo que tampoco es muy malo...



Lidia V.
A tí, y a vosotros. Con lo que fuí, seré y nunca soy.

lunes, 10 de agosto de 2009


Pude entrever, entre las pálidas nubes que acolchaban la tarde del 17 de Marzo, un resquicio de rayos de luminosidad que adoptaban la forma de pequeños deseos que se solían perder en las madrugadas de verano.
Noté como una fría gota de sudor resbalaba por mi frente y me producía una cierta incomodidad al adentrarse a través de el polar que llevaba puesto.
Llevaba más de una hora pedaleando en aquella chatarra con ruedas, a campo a través y sin parar ni siquiera a pensar que estaba haciendo.
Sabía que no podía dejar de adentrarme inconscientemente en aquel terreno que me parecía tan peligroso como interesante. Y no estoy hablando de un bosque o un lúgubre pantano. Me refiero más bien a algo mucho más denso que cualquier lugar que pueda existir en toda la faz de la tierra. Es más bien el lugar mas increíble en el que había podido sumergirme jamás. Sus ojos oscuros me hacían caer continuamente en una espiral de la que no pretendía ni intentar escapar. Era un lugar reconfortante y plácido en el que los temores, las mentiras y la abrasadora realidad se quedaban hundidos bajo el lecho de su mirada.
Y de nuevo allí estaban. Justo donde pude encontrarlos hacía unos meses atrás. Frené en seco y me acerqué tímidamente hacía el banco donde él se encontraba apoyado, cabizbajo.
Antes de que pudiera llegar a tocar su oscura piel, él ya se había girado suavemente para ver quien venía y dejó volar una ligera sonrisa que a mí me parecía la mayor bocanada de aire que podía desear mientras me asfixiaba la vergüenza y el arrepentimiento.

- Pensé que no vendrías.
- Yo tampoco lo pensaba.

Sus oscuros ojos negros que tanto conseguían cautivarme, se habían convertido en un pozo de dolor y lágrimas en el cual yo sentía que era la causante. Y eso si que me dolía.
Me acerqué a él temblorosa por el miedo que me producía verle sufrir. Él apenas podía levantar la cabeza y podía observar como el peso de lo que él sentía, le estaba consumiendo y acabando con sus esperanzas.
Le acaricié las mejillas empapadas de desolación y lo único que pude decir fue "Lo siento".
Un mísero "Lo siento". Hasta yo me sentía despreciable con aquella limosna que le estaba ofreciendo. Ni siquiera yo misma era capaz de aceptar los errores que había cometido, los destrozos que había provocado en su alma sin derecho alguno...
Pensé que nunca me podría llegar a sentir mas cobarde y odiada como me estaba sintiendo en aquel momento.
Y ahora me encontraba allí. Con los restos de luz que el sol dejaba ver y las limosnas que yo le estaba echando a su sombrero con forma de decepción...


Lidia V.

jueves, 6 de agosto de 2009


Parece mentira que la primavera me haya dejado un sabor tan agridulce en los sentidos.
Como se ha permitido la muy grosera de entrar en un corazón blindado por el dolor y la dureza, como el mío. Y convirtiendo la frialdad en simples carcajadas que se pierden en la madrugada acompañadas por un cigarro consumido.
Como el aire golpea sin ningún tipo de miedo el alma, las ganas y la sed de ti. De tu olor.
Sin pedirlo, me encontré entre tus ojos y tus sábanas sin ninguna posibilidad de escapar, o de querer que exista.
Sin pedirlo, también me encontré montada en una ilusión a 80 km/h, mirando como el mar o las margaritas de tu jardín me saludaban alegremente riéndose de la cobardía que sudaba a cada instante a tu lado.
Me encontré abrazada a ti, sintiendo el corazón más cerca incluso que tus labios, sin pedirlo por supuesto.
Un corazón, que extrañamente, había quedado de nuevo a merced de unos ojos oscuros y una sonrisa infinita.
Me volví a ver metida, en cuestión de semanas, en otro camino que se había cruzado sin querer en el mío.
Y sin querer también, aprendí a sentir temor por las consecuencias que podían causar mis impulsos y mis emociones.
Aprendí a esperar las horas necesarias y recopilar las excusas más subrealistas, para así poder picar a tu día, y regalarte todo el tiempo que había estado esperando.
Comprendí que cuando sentía tu olor rasgandome la piel, tus palabras encadenandome a tu cama, tus manos trepando sin ningún pudor por mi espalda y mi serenidad, no era casualidad que la mirada que nos unió una tarde fría de febrero nos hiciera tocar la mayor locura de nuestras vidas.


Ahora, después de tantas miradas y caricias robadas en cualquier lugar, puedo decirte que esto no fue sin querer.
Ni casualidad.
Si así hubera sido, amor mío, tendría que decir que creo en los milagros. Y eso tambien sería creer en Dios.




Lidia V.