lunes, 10 de agosto de 2009


Pude entrever, entre las pálidas nubes que acolchaban la tarde del 17 de Marzo, un resquicio de rayos de luminosidad que adoptaban la forma de pequeños deseos que se solían perder en las madrugadas de verano.
Noté como una fría gota de sudor resbalaba por mi frente y me producía una cierta incomodidad al adentrarse a través de el polar que llevaba puesto.
Llevaba más de una hora pedaleando en aquella chatarra con ruedas, a campo a través y sin parar ni siquiera a pensar que estaba haciendo.
Sabía que no podía dejar de adentrarme inconscientemente en aquel terreno que me parecía tan peligroso como interesante. Y no estoy hablando de un bosque o un lúgubre pantano. Me refiero más bien a algo mucho más denso que cualquier lugar que pueda existir en toda la faz de la tierra. Es más bien el lugar mas increíble en el que había podido sumergirme jamás. Sus ojos oscuros me hacían caer continuamente en una espiral de la que no pretendía ni intentar escapar. Era un lugar reconfortante y plácido en el que los temores, las mentiras y la abrasadora realidad se quedaban hundidos bajo el lecho de su mirada.
Y de nuevo allí estaban. Justo donde pude encontrarlos hacía unos meses atrás. Frené en seco y me acerqué tímidamente hacía el banco donde él se encontraba apoyado, cabizbajo.
Antes de que pudiera llegar a tocar su oscura piel, él ya se había girado suavemente para ver quien venía y dejó volar una ligera sonrisa que a mí me parecía la mayor bocanada de aire que podía desear mientras me asfixiaba la vergüenza y el arrepentimiento.

- Pensé que no vendrías.
- Yo tampoco lo pensaba.

Sus oscuros ojos negros que tanto conseguían cautivarme, se habían convertido en un pozo de dolor y lágrimas en el cual yo sentía que era la causante. Y eso si que me dolía.
Me acerqué a él temblorosa por el miedo que me producía verle sufrir. Él apenas podía levantar la cabeza y podía observar como el peso de lo que él sentía, le estaba consumiendo y acabando con sus esperanzas.
Le acaricié las mejillas empapadas de desolación y lo único que pude decir fue "Lo siento".
Un mísero "Lo siento". Hasta yo me sentía despreciable con aquella limosna que le estaba ofreciendo. Ni siquiera yo misma era capaz de aceptar los errores que había cometido, los destrozos que había provocado en su alma sin derecho alguno...
Pensé que nunca me podría llegar a sentir mas cobarde y odiada como me estaba sintiendo en aquel momento.
Y ahora me encontraba allí. Con los restos de luz que el sol dejaba ver y las limosnas que yo le estaba echando a su sombrero con forma de decepción...


Lidia V.

1 comentario:

  1. Cómo puede llegar a doler tanto un "lo siento". Te desgarra por dentro, como cuando lees, por primera vez en tu vida, un libro que te ha enganchado, y de repente ves, en una página, la palabra FIN en mayúsculas.

    Antes de ese "lo siento", todo son dudas, innquietud, impaciencia. Después de él, llega la desolación, la muerte de los sentidos. Lo sientes, ¿y qué?

    Sí, un "lo siento" es terrible.

    ResponderEliminar